La candidata seleccionada fue la maestra de 37 años Shar ' on Christa McAuliffe. La eligieron entre más de 10.000 candidatos para el Space Flight Participant Program, y el plan era que emitiera una lección desde el espacio. «Ouiero desmitificar la NASA y los vuelos espaciales», declaró McAuliffe.
Retrasos en el lanzamiento
Desde el principio, la misión 51 L parecía condenada al fracaso. El despegue se aplazó dos veces debido a problemas técnicos. El martes 28 de enero de 1986 hacía mucho frío y la tripulación pensó que el lanzamiento volvería a retrasarse. Pero en la reunión antes del desayuno les comunicaron que cabía la posibilidad de que despegaran alrededor de las 11 de la mañana. Poco después de las 9.00, la tripulación se puso los trajes azules de vuelo.
Cinco de los tripulantes eran expertos astronautas: el comandante Dick Scobec, el piloto Mike Smith y los tres técnicos: Judy Resnik, Ron McNaii y Ellison Onizuka. El otro neófito era el ingeniero Greg Jarvis, que llevaba varios años en el programa espacial. Aunque ya le habían seleccionado para otros viajes anteriores, era la primera vez que participaba en una misión espacial.
la plataforma:
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Hielo en la plataforma
Cuando los astronautas llegaron a la plataforma de lanzamiento 39B, vieron que había placas de hielo Y carámbanos colgando alrededor de la estructura de lanzamiento. La cuenta atrás para el despegue empezó, pero al equipo de dirección de la misión le preocupaba tanto que el hielo, al caer, pudiera afectar al lanzamiento, que detuvieron la maniobra nueve minutos antes del despegue para valorar los riesgos. Alas 11.15 decidieron que no había peligro. La cuenta atrás se reanudó a las 11.29, Y el lanzamiento estaba previsto para las 11.38.
Los familiares y amigos de la tripulación se situaron en la zona VIP del mirador a cinco kilómetros de la plataforma de lanzamiento. Entre los espectadores se encontraban los padres de McAuiiffe, su marido Steven, abogado, y sus dos hijos: Scott, de nueve años, y Caroline, de seis. También había un grupo de alumnos suyos de la Concoid High School de Massachusetts, donde McAuliffe enseñaba economía, derecho e historia de América.
Los ordenadores de a bordo del Challenger hicieron las últimas comprobaciones. Entonces, a seis segundos del despegue, la tripulación oyó el ruido del motor principal al encenderse. Cuando el motor alcanzó la potencia máxima, el ruido se convirtió en un rugido ensordecedor. Entonces se conectaron los dos cohetes impulsores del transbordador-, montados sobre el enorme depósito naranja de combustible líquido. Unas nubes de humo envolvieron al Challenger mientras ascendía sobre una columna de fuego.
En el mirador, el grupo de espectadores aplaudió mientras el Challenger- se separaba de la torre e iniciaba el vuelo que elevaría al transbordador sobre las claras y azules aguas del océano Atlántico. Treinta y seis segundos más tarde el Challenger atravesó la barrera del sonido. De pronto el transbordador fue golpeado por un violento viento de costado. Al detectar graves fluctuaciones en la ruta de vuelo, el sistema de guía, navegación ' y control de a bordo comunicó la desviación y ordenó al sistema de potencia de los cohetes impulsores que la compensara.
Lengua de fuego
En tierra, el sistema de megafonía anunciaba con tono tranquilizador el avance del transbordado-. «Distancia recorrido cuatro punto tres millas náuticas.» Entonces los motores del transbordador aumentaron la potencia un 104 %. « Challenger, potencia máxima, ordenó el control de la misión. «Roger, potencia máxima», replicó el comandante Scobee. En ese momento, con la tensión aerodinámica al máximo, una lengua de fuego que no había sido detectada empezó a lamer las junturas del cohete impulsor de estribor. Cuando el transbordador llevaba setenta y dos segundos volando, el hidrógeno que se filtraba del depósito de combustible se encendió. El cohete impulsor giró sobre sus amarres y perforó el depósito de combustible, que se desgarró de arriba abajo.
En la explosión resultante, cientos de toneladas de combustible líquido envolvieron al transbordador en una bola de fuego. Los dos cohetes impulsores salieron despedidos, y luego la explosión desprendió el transbordador. Todo pasó tan deprisa que no hubo tiempo para poner en marcha ninguna maniobra de emergencia. En cualquier caso, el transbordador no iba equipado con asientos eyectables.
Posibilidades de supervivencia nulas
El comandante Scobee había abierto el canal de radio, pero no tuvo tiempo de decir nada. Oyeron al piloto Smith exclamar: ,Oh, oh». Mientras el transbordador se desintegraba en el aire, algunos integrantes intentaron activar sus suministros de oxígeno de emergencia. Pero aunque la cabina se conservó prácticamente intacta hasta precipitarse en las frías aguas del océano Atlántico, a catorce kilómetros, la presión aerodinámica mató a todos los que sobrevivieron a la explosión inicial.
Los familiares y amigo de los tripulantes contemplaban el cielo, horrorizados. Pese a ser evidente que algo terrible había ocurrido, el sistema de megafonía seguía proporcionando datos de la altitud y la velocidad del transbordador.
Finalmente el hechizo se rompió. La voz flemática del sistema de megafonía anunció: «Los controladores de vuelo están analizando meticulosamente la situación. Parece ser que se ha producido un grave fallo. Hemos perdido el contacto. El oficial de dinámica de vuelo informa que el vehículo ha explotado. El director de vuelo lo ha confirmado. Vamos a ponernos en contacto con el equipo de rescate para ver qué se puede hacer».
Edward y Gratos. » Corrigan, los padres de McAuliffe, anonadados, se quedaron mirando los restos de la nave que caían del cielo y las estelas de vapor del transbordador. Luego ropieron a llorar. Los oficiales de la NASA se los llevaron del mirador, aturdidos y con los ojos llorosos. El presidente Reagan aplazó su discurso del Estado de la Unión y apareció por televisión para dirigir se a la nación. «Continuaremos explorando el espacio -afirmó-. Había otros vuelos espaciales... más maestros en el espacio. No vamos a detenernos. Nuestra esperanza y nuestro víaje continúan.»
Luego rindió un conmovedor homenaje a los siete astronautas que habían perdido la vida, comparándolos con Sir Francis Drake, que había muerto un día como aquél, 390 años atrás. «Los miembros de la tripulación del transbordador espacial Challenger nos honraron con la vida que llevaron -dijo-. Nunca los olvidaremos, ni olvidaremos la última vez que los vimos, esta mañana, mientras nos decían adiós con la mano y comprendían un viaje que los acercaría a Dios.»
También tuvo unas palabras de consuelo para los alumnos que habían presenciado la trágica muerte de su maestra. Era duro entender cosas tan dololosas, pero aquello formaba parte de la exploración ' y el descubrimiento, dijo. El futuro no pertenece a los débiles de corazón. Pertenece a los valientes.»
Investigación:
El presidente Reagan encargó a una comisión la investigación del accidente. La comisión estaba presidida por el antiguo secretario de estado William P. Rogers e incluía al primer hombre que pisó la luna, Neil Armstrong. En el comité también se encontraban Sally Ride, la primera mujer- astronauta americana, y el general Chtick Yeagei, el piloto de pruebas que atravesó por primera vez la barrera del sonido. El lanzamiento de transbordadores se canceló mientras la comisión deliberaba y la NASA se planteo la posibilidad de lanzar satélites «la antigua», utilizando cohetes sin tripulación. La comisión analizó la película del vuelo y detectó la llama fatal del cohete impulsor SRB 59 de estribo¡r segundos después del despegue. A partir de aquel momento el Challenger había estado condenado.
Juntas defectuosas
En la película del despegue también se veían nubes de humo que salían de las junturas del cohete impulsor SRB de estribor. La comisión llegó a la conclusión de que los aros de goma que debían haber sellado la junta entre los segmento del cohete impulsor habían falla do en el despegue. Al parecer, el fallo se debió a un diseño defectuoso, vulnerable a diferentes factores. Concluyeron que esos factores, fueron los efectos de la temperatura, las dimensiones físicas, las características de los materiales, lo efectos de la repetición del uso, el tratamiento y la reacción a la carga dinámica».
La empresa Thiokol, que fabrica los cohetes impulsores, había advertido a la NASA de esos problemas. Los aros de goma podían fallar a bajas temperaturas. Algunos ingenieros de la empresa habían llegado a aconsejar que los lanzamientos se suspendieran hasta que se encontrara una solución al problema. Cuando el físico Richard Feynman y otro miembro de la comisión presidencial lo oyeron, comentaron que la NASA estaba jugando «a una especie de ruleta rusa cada vez que lanzaban el transbordador».
Los viejos aros de goma fueron descartados, y se diseñó y probó un nuevo tipo de mecanismo para el sellado de las juntas. En 1988, cuando los científicos de la NASA quedaron satisfechos, los vuelos espaciales se reanudaron, y desde entonces no se ha producido ningún accidente. Pero para esa mejoría de las condiciones de seguridad siete astroonautas tuvieron que dar la vida.
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