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martes, 9 de julio de 2013

Más allá de Río+20: Juntos por un futuro sostenible


Por José Graziano da Silva *

No se puede llamar sostenible al desarrollo mientras casi una de cada siete personas son víctimas de la desnutrición en el mundo, dice el director general de la FAO, José Graziano da Silva.

RÍO DE JANEIRO, 22 jun (Tierramérica).- Como declararon la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Humano y la Cumbre de la Tierra, en 1972 y 1992 respectivamente, las personas estamos en el centro del desarrollo sostenible.

Sin embargo, incluso hoy, 900 millones de seres humanos padecen hambre. Las poblaciones pobres de todo el planeta, especialmente en las áreas rurales, están entre las más vulnerables a las crisis alimentaria, climática, financiera, económica, social y energética, así como a otras amenazas que afronta el mundo actual.

No podemos llamar sostenible al desarrollo mientras esta situación persista, mientras casi uno de cada siete hombres, mujeres, niños y niñas quedan rezagados, víctimas de la desnutrición. Eso sería una contradicción.

El hambre y la pobreza extrema también excluyen la posibilidad del desarrollo sostenible, porque los hambrientos y los indigentes necesitan hacer uso de los recursos que tienen a su alcance para llegar a fin de mes.

Para las personas que padecen hambre crónica y desnutrición, satisfacer sus necesidades inmediatas es su principal preocupación, y hacer planes para el futuro es a menudo un lujo que no se pueden dar.

Paradójicamente, alrededor de 70 por ciento de los hambrientos del mundo dependen de la agricultura, la pesca y los bosques para obtener por lo menos parte de su sustento. Por esto, sus elecciones cotidianas también ayudan a determinar cómo se manejan los recursos naturales del planeta.

No podemos esperar que un agricultor pobre no tale un árbol para obtener combustible si no tiene otra fuente de energía.

El hambre pone en movimiento un círculo vicioso de productividad reducida, profundización de la pobreza, desarrollo económico lento, degradación de recursos y violencia.

Cada vez más, el hambre y los recursos naturales son factores de conflictos internos y entre naciones. Es decir que también hay un vínculo directo entre seguridad alimentaria y seguridad en general.

En la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Desarrollo Sostenible o Río+20 tenemos la oportunidad de oro de explorar la convergencia entre las agendas de la seguridad alimentaria y de la sostenibilidad para garantizar que eso ocurra.

Ambas requieren cambios hacia modelos más sustentables de producción y consumo. Para alimentar a una población en aumento, que se espera llegue a 9.000 millones en 2050, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) proyecta la necesidad de incrementar por lo menos 60 por ciento la producción agrícola en ese lapso.

A tal fin, debemos aumentar la producción agrícola al tiempo de preservar el ambiente.

Pero incluso entonces, la presión sobre nuestros recursos naturales será extrema. Así que también debemos cambiar la manera en que comemos y hallar modos de que no sea necesario producir tanto.

Podemos hacer esto pasándonos a dietas más saludables en los segmentos más ricos de la población y detener el derroche de alimentos. El mundo actual tira 1.300 millones de toneladas de comida cada año.

Sin embargo, aunque efectivamente aumentemos la producción agrícola, el mundo todavía tendrá 300 millones de hambrientos en 2050, porque, como ocurre con cientos de millones en la actualidad, seguirán careciendo de los medios para acceder a los alimentos que necesitan.

La única manera de garantizar la seguridad alimentaria es crear empleos decentes, pagar mejores salarios, tener más acceso a bienes productivos, especialmente tierra y agua, y distribuir los ingresos de un modo más equitativo.

Debemos complementar el apoyo a los pequeños productores y las oportunidades de generación de ingresos, fortaleciendo las redes de seguridad y los programas de asistencia que contribuyen con el fortalecimiento de los circuitos locales de producción y consumo, en un esfuerzo que debe ayudar a nuestras metas de desarrollo sostenible.

La transición hacia un futuro sostenible también requiere cambios fundamentales en la gobernanza de alimentos y agricultura, y un modo equitativo de compartir los costos y beneficios de esa transición. En el pasado, los más pobres pagaron una cuota más alta de esos costos y recibieron menos beneficios.

Este es un balance inaceptable, y tiene que cambiar. La velocidad de esa transformación también debería preocuparnos, a fin de que la población vulnerable pueda adaptarse y ser parte de ella.

Erradicar el hambre y mejorar la nutrición humana, además de crear sistemas sostenibles de consumo y producción de comida, y una gobernanza de los sistemas agrícolas y alimentarios que sea más inclusiva y efectiva, son fundamentales para lograr un mundo sostenible.

Estamos en una encrucijada: en una dirección está el camino hacia una mayor degradación ambiental y sufrimiento humano, y en la otra está el futuro que todos queremos. La cumbre de Río+20 ofrece una oportunidad histórica que no podemos desaprovechar.

Sabemos cómo poner fin al hambre y manejar los recursos de la Tierra de un modo más sostenible. Pero para hacerlo necesitamos una voluntad política más fuerte. Deberíamos ver Río+20 como el inicio de un nuevo proceso en el camino, y no como la línea de llegada. Y no podemos recorrer ese camino solos.

Como ocurre con el objetivo de poner fin al hambre, el desarrollo sostenible es una meta a la que debemos contribuir todos: ciudadanos, empresas, gobiernos, movimientos sociales, organizaciones no gubernamentales e instituciones y agencias multilaterales.

Juntos, trabajando desde el ámbito local al mundial, podemos construir el futuro que queremos. Y este futuro tiene que empezar hoy.
* José Graziano da Silva es director general de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO).

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